sábado, 29 de octubre de 2011


Dialogos sobre el poder y el acceso al poderoso Carl Schmitt


Texto original integral : Carl Schmitt: Gespräch über die Macht und den Zugang zum Machthaber, Pfullingen: Neske,1954 [1]

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¿Vosotros sois felices?

¡Nosotros somos poderosos!

LORD BYRON

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PROTAGONISTAS DEL DIÁLOGO:

E.- (un joven estudiante pregunta) [2]

C. S.- (responde)

El Intermezzo puede ser leído por una tercera persona.

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E.-Antes de que hable Usted sobre el poder, tengo que preguntarle una cosa.

C. S.- Dígame, por favor, Señor E.

E.- ¿Usted mismo tiene algún poder o no tiene Usted ninguno?

C. S.- Esta pregunta es muy pertinente y justificada.
Quien hable del poder debería decir previamente en que situación de poder se encuentra él mismo [3]

E.- ¡Aja! Pues bien entonces, ¿tiene Usted poder o no lo tiene?

C. S.- Yo no tengo poder. Soy de los que carecen de poder.

E.- Esto es sospechoso.

C. S.- ¿Por qué?

E.- Porque entonces probablemente estará Usted predispuesto contra el poder. Disgusto, amargura y resentimiento son peligrosas fuentes de errores.

C. S.- ¿Y si yo perteneciera a los que tienen poder?

E.- Entonces, probablemente, estaría usted predispuesto a favor del poder. También el interés por el propio poder y su mantenimiento son, naturalmente, fuente de errores.

C. S.- ¿Quién, entonces, tiene derecho a hablar sobre el poder?

E.- ¡Esto debería decírmelo Usted! [4]

C. S.- Yo diría que quizá existe aún otra posición: la de la observación y descripción desinteresadas.

E.- ¿Este sería entonces el papel del tercer hombre o de la inteligencia flotando libremente? [N.d.T. freischwebende Inteligenz] [5]
C. S.- ¡Y dale con la inteligencia! Es mejor que no empecemos con tales subsunciones. Intentemos enfocar más bien primeramente con precisión un fenómeno histórico que todos podamos vivir o padecer. El resultado se mostrará por sí mismo.

1.

E.- Hablamos, entonces, del poder que ejercen los hombres sobre los otros hombres. ¿De dónde procede realmente el inmenso poder que, pongamos por caso, Stalin, Roosevelt o cualquier otro que pueda citarse, han ejercido sobre millones de hombres?

C. S.-En tiempos pasados se hubiese podido responder: el poder procede de la naturaleza o de Dios.

E.-Me temo que hoy en día el poder ya no nos parece algo natural.

C. S.-Eso me lo temo yo también. Frente a la naturaleza nos sentimos hoy muy superiores. Ya no la tememos. Cuando nos resulta molesta, ya sea como enfermedad o como catástrofe natural, tenemos la esperanza de vencerla pronto. El hombre -por naturaleza un ser viviente débil- se ha elevado poderosamente sobre cuanto le rodea con ayuda de la técnica. Se ha hecho el señor de la naturaleza y de todos los seres vivientes de este mundo. La barrera que sensiblemente le oponía, en otros tiempos, la naturaleza -con fríos y calores, con hambres y carestías, con animales salvajes y peligros de toda índole- empieza a ceder visiblemente.

E.-Es cierto. Hoy en día no tenemos que temer a ningún animal salvaje.

C.S.-Las hazañas de Hércules nos parecen hoy poca cosa; y si hoy un león o un lobo aparecen en una gran ciudad moderna, constituiría, todo lo más, un entorpecimiento de la circulación, y apenas se asustarían los niños. Frente a la naturaleza, el hombre se siente hoy tan superior, que se permite el lujo de instalar parques protegidos.

E.-¿Y qué sucede con Dios?

C. S.-En lo que respecta a Dios, el hombre moderno -aludo al típico habitante de la gran ciudad- tiene también el sentimiento de que Dios retrocede o que se ha retirado de nosotros. Cuando surge hoy el nombre de Dios, el hombre de cultura media de nuestros días cita automáticamente la frase de Nietzsche: Dios ha muerto. Otros, aún mejor informados, citan una frase del socialista francés Proudhon, que precede de cuarenta años a la frase de Nietzsche y que afirma: Quién dice Dios quiere engañar.

E.-Si el poder no procede ni de la naturaleza ni de Dios, ¿de dónde proviene entonces?

C. S.-Entonces solo nos queda una posibilidad: el poder que un hombre ejerce sobre otros hombres procede del hombre mismo.

E.- ¡Ah! bueno, eso está mejor. Hombres lo somos evidentemente todos finalmente. También Stalin fue un hombre; también Roosevelt o quienquiera se nos ocurra citar aquí.

C. S.-Claro, eso suena realmente tranquilizador. Si el poder que un hombre ejerce sobre otros procede de la naturaleza, entonces es, o bien el poder del progenitor sobre su prole, o la supremacía de los colmillos, de los cuernos, garras, pezuñas, vejigas ponzoñosas y otras armas naturales. Pienso que podemos prescindir aquí del poder del progenitor sobre su prole. Nos queda, pues, el poder del lobo sobre el cordero. Un hombre que tiene poder sería un lobo frente al hombre que no tiene poder. Quien no tiene poder se siente como cordero hasta que, por su parte, alcanza la situación de poderoso y desempeña el papel del lobo. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini lupus. En castellano: el hombre es un lobo para el hombre.

E.-¡Pero qué horror! ¿Y si el poder procede de Dios?

C. S.-Entonces, el que lo ejerce es posesor de una cualidad divina. Con su poder adquiere algo divino que mantiene consigo. Algo que se debería venerar, si no a él mismo, sí al poder de Dios que se da en el posesor. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini Deus. En castellano: el hombre es un Dios para el hombre.

E.-¡Oh! ¡Esto sí que es demasiado!

C. S.- Pero si el poder no procede entonces ni de la naturaleza ni de Dios, todo lo que se refiere al poder y a su ejercicio acontece exclusivamente entre hombres. Entonces estamos los hombres entre nosotros mismos. Los posesores de poder están frente a los sin poder, los potentes frente a los impotentes. Sencillamente, hombres frente a hombres.

E.-Así es. El hombre es un hombre para el hombre.

C. S.- En efecto, lo confirma el adagio latino Homo homini homo [6]

2.

E.-Está claro. El hombre es un hombre para el hombre. Sólo porque hay hombres que obedecen a otros hombres les proporcionan a éstos el poder. Cuando dejen de obedecerles, el poder se acabará.

C. S.-Muy exacto. Pero ¿por qué obedecen? La obediencia no será arbitraria, sino que será motivada por algo. ¿Por qué, pues, dan los hombres su consenso al poder? En algunos casos lo hacen por confianza, en otros por miedo, a veces por esperanza, a veces por desesperación. Pero lo que necesitan siempre es protección, y esta protección la buscan en el poder. Desde el punto de vista del hombre, la única explicación del poder es la relación entre protección y obediencia. Quien no tiene el poder de proteger a alguien no tiene tampoco derecho a exijirle obediencia. Y a la inversa, quien busca y acepta protección no tiene derecho a negar la obediencia.

E.-Pero ¿y si el poderoso ordena una cosa injusta? ¿No habría que negar entonces la obediencia?

C. S.-Naturalmente. Pero no hablo de órdenes injustas y aisladas, sino de una situación de conjunto en la que el poderoso y los sometidos a él están ligados en una unidad política. Aquí se alude a que el poderoso puede crear continuamente motivos eficaces, y no siempre inmorales, para la obediencia, mediante el otorgamiento de protección y de una existencia segura, mediante educación e intereses solidarios frente a otros. En resumen: el consenso determina el poder, es cierto, pero el poder determina también el consenso, y no siempre se trata, en todos los casos, de un consenso irracional o inmoral .[7]

E.-¿Qué quiere usted decir con esto?

C. S.-Quiero decir que el poder, incluso allí donde es ejercido con plena conformidad de todos los sometidos al poder, tiene también cierto significado propio y, por así decirlo, una plusvalía. Es más que la suma de todos los consensos que recibe, y aún más que su producto [8]. ¡Fíjese usted lo estrechamente integrado que está el hombre a la estructura social en esta sociedad de división del trabajo! Vimos antes que la barrera de la naturaleza retrocede, pero en compensación avanza y se aproxima la barrera social. Por eso se hace también cada vez más fuerte la motivación para el consenso del poder. Un hombre moderno con poder tiene infinitamente más medios para promover el consenso a su poder que Carlomagno o Barbaroja.

3.

E.-¿Quiere usted decir con esto que el poderoso de hoy en día puede hacer lo que se le antoje?

C. S.-Al contrario. Quiero decir solamente que el poder es una magnitud propia y autónoma, incluso frente al consenso que él mismo ha creado, y ahora quisiera mostrarle que lo es también frente al propio poderoso. El poder es una magnitud objetiva, con leyes propias, frente a cualquier individuo humano que pueda detentarlo.[9]

E.-¿Qué quiere decir aquí magnitud objetiva con leyes propias?

C. S.-Significa algo muy concreto. Dése usted cuenta que también el poderoso más terrible está sujeto a los límites de la naturaleza humana, a la deficiencia de la inteligencia humana y a la flaqueza del alma humana. También el hombre más poderoso tiene que comer y beber como todos nosotros. También él enferma y envejece.

E.-Pero la ciencia moderna nos ofrece medios sorprendentes para superar las barreras de la naturaleza humana.

C. S.-Por supuesto. El poderoso puede hacerse asistir por los médicos más famosos y por los galardonados con el Premio Nobel. Puede ponerse más inyecciones que ningún otro. A pesar de todo, después de algunas horas de trabajo o de vicio acaba por cansarse, y se duerme. Así incluso el terrible Caracala y el omnipotente Genghis Khan dormirían como niños pequeños y, tal vez, además roncarían.

E.-Esto es un panorama que todo poderoso debería tener siempre presente.

C. S.-Muy cierto, y filósofos y moralistas, pedagogos y retóricos se deleitaron en imaginárselo así. Pero no nos detengamos en este tema. Sólo quisiera añadir que el todavía hoy más moderno filósofo del poder puramente humano, el inglés Tomás Hobbes parte de esta debilidad general de todo individuo humano para su construcción del Estado. Hobbes hace la construcción siguiente: de la debilidad resulta una situación de peligro, del peligro el miedo, del miedo el ansia de seguridad, y de todo esto la necesidad de un aparato de protección con una organización más o menos complicada. Pero a pesar de todas las medidas de protección, dice Hobbes, cada uno puede matar a cualquiera en el momento apropiado. Un hombre débil puede, en una situación determinada, liquidar al hombre más fuerte y poderoso. En este sentido, todos los hombres son realmente iguales, es decir, todos están amenazados y expuestos al peligro.

E.-Flaco consuelo.

C. S.-Realmente no quería ni consolar ni asustar, sino solamente dar una imagen objetiva del poder humano. El peligro físico es aquí lo menos problemático y ni siquiera el problema más frecuente. Otra consecuencia de los limites estrechos de cada individuo humano podrá mostrar aún mejor lo que aquí nos interesa, es decir, la normatividad propia y objetiva del poder, incluso frente al poderoso mismo, y la insoslayable dialéctica inmanente de poder y sin poder en la que se ve apresado todo el que tiene poder.

E.-De nada me sirve aquí la dialéctica.

C. S.-Veamos. El individuo humano en cuya mano están por un momento las grandes decisiones políticas tiene que formar su voluntad bajo los supuestos de hecho y con los medios dados. Aun el príncipe más absoluto no puede prescindir de noticias e informaciones, y depende de sus consejeros. Multitud de hechos e informes, propuestas y suposiciones le invaden cada día y a cada hora. De este infinito mar fluctuante de verdad y mentira, realidades y posibilidades, el hombre más inteligente y poderoso no puede sacar más que unas gotas.

E.-En esto ve bien el esplendor y miseria de los príncipes absolutos.

C. S.-Se ve, sobre todo, la dialéctica inmanente del poder humano. Quién despacha con el poderoso o le informa ya participa del poder; y no importa que sea un ministro que refrenda con toda responsabilidad, o alguien que sepa llegar indirectamente al oído del poderoso. Basta que proporcione impresiones al individuo en cuya mano está la decisión por un momento. Así, todo poder directo está inmediatamente sometido a influencias indirectas. Ha habido poderosos que percibieron esta dependencia, lo cual les enfurecía e irritaba. Entonces intentaron escapar a su consejero oficial e informarse por otro conducto.

E.-En vista de la corrupción de las cortes, seguramente llevaban razón.

C. S.-Es cierto. Pero, desgraciadamente, cayeron así en nuevas y, muchas veces, grotescas dependencias. El Califa Harun al Raschid terminó por disfrazarse de ciudadano y recorrió de noche las tabernas de Bagdad para conocer de una vez la pura verdad. No sé qué conoció y bebió en esta dudosa fuente. Federico el Grande, al envejecer, se hizo tan desconfiado que sólo habló abiertamente con su ayuda de cámara Fredersdorff. El ayuda de cámara se convirtió así en un hombre de mucha influencia, si bien continuó siendo igualmente fiel y honrado.

E.-Otros poderosos acaban por confiarse a su chofer o a su amante.

C. S.-Con otras palabras: ante cada ámbito de poder directo se forma una antesala de influencias y fuerzas indirectas, un acceso al oído, un pasillo hacia el alma del poderoso. No hay poder humano sin esta antesala y sin este pasillo.

E.-Pero se pueden evitar muchos abusos con instituciones razonables y disposiciones constitucionales.

C. S.-Se puede ya también se debe. Pero ni la institución más sabia ni la organización más alambicada pueden extirpar totalmente la antesala misma; ningún ataque de ira contra la camarilla o la antecámera puede suprimir la antesala. La antesala misma no se puede evitar.

E.- Más bien parece una escalera de servicio.

C. S.-Antecámera, escalera de servicio, trastero, sótano o lo que sea; la cosa en sí misma está clara y es igual para la dialéctica del poder humano. Durante el curso de la Historia Universal, de todos modos, se reunió en esta antesala del poder una tertulia bastante mixta y variopinta. Allí se reúnen los indirectos. Allí está el viejo Fredersforff, el ayuda de cámara de Federico el Grande, junto a la ilustre emperatriz Augusta, Rasputín junto al cardenal Richelieu, una eminencia gris al lado de una Mesalina. A veces encontramos hombres inteligentes y sabios en esta antesala, a veces empresarios magníficos y mayordomos leales, a veces estafadores y arrivistas estúpidos. A veces la antesala es realmente el salón oficial del Estado, donde se reúnen señores serios y con méritos, mientras esperan ser recibidos para presentar sus informes. Pero muchas veces la antesala no es más que un gabinete privado.

E.-O incluso un cuarto de enfermo, donde unos amigos están sentados al lado de la cama de un paralítico y gobiernan el mundo.

C. S.-Cuanto más se concentra el poder en un lugar determinado, en una determinada persona o en un grupo de personas, como en una cúspide, tanto más se agudiza el problema del pasillo y la cuestión del acceso a la cúspide. Y tanto más intensa, encarnizada y sorda se hace entonces también la lucha entre los que tienen ocupada la antesala y controlan el pasillo. Esta lucha en el ambiente nebuloso de las influencias indirectas es tan inevitable como esencial a todo poder humano. En esta lucha se realiza la dialéctica inmanente del poder humano.

E.-¿Pero todo esto no son meramente aberraciones de un régimen personal?

C. S.- No. El fenómeno de la formación del pasillo, del que hablamos aquí, se da diariamente en gérmenes mínimos, infinitesimales, en lo grande y en lo pequeño, en todas partes donde hay hombres que ejercen poder sobre otros hombres. En la misma medida en que se concentra un ámbito del poder, se organiza también inmediatamente, una antesala de este poder. Cada aumento del poder directo espesa y densifica la atmósfera de las influencias indirectas.

E.-Esto incluso puede ser bueno cuando el poderoso no es de ley. Pero aún no veo claro si es mejor el poder directo o lo indirecto.

C. S.-Yo considero ahora lo indirecto solamente como una fase del inevitable desarrollo dialéctico del poder humano. El que tiene poder está tanto más aislado cuanto más se concentra el poder directo en su persona. El pasillo le separa del suelo y le eleva a una especie de estratósfera en donde sólo se puede comunicar con los que le dominan indirectamente, al mismo tiempo que ya no llega a todos los demás hombres que están bajo su poder, y ellos tampoco pueden llegar a él. Esto se hace grotescamente palpable en casos extremos. Pero no es más que la última consecuencia del aislamiento del poderoso en el inevitable aparato del poder. La misma lógica inmanente se opera en innumerables situaciones rudimentarias de la vida diaria, en el transbordo continuo de poder directo e influencia indirecta. Ningún poder humano puede escapar a esta dialéctica de autosostenimiento y autoenajenamiento.

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INTERMEZZO:

BISMARCK Y EL MARQUÉS DE POSA.

La lucha por el pasillo, por el acceso a la cúspide del poder, es una pugna por el poder sumamente intensa, por la cual se realiza la dialéctica inmanente de poder y sin poder humanos. Debemos tener presente este hecho en su cruda realidad, sin retórica ni sentimentalismo, pero también sin cinismo o nihilismo. Por esto quisiera ilustrar el problema con dos ejemplos.

El primer ejemplo es un documento histórico-constitucional. Se trata de la dimisión de Bismarck en marzo de 1890. Se incluye y se comenta detalladamente en el tercer tomo de Pensamientos y recuerdos{/i] de Bismarck. El texto es totalmente, en su estructura, en la expresión del pensamiento y en su tono, en lo que expresa y en lo que silencia, la obra bien pensada de un gran maestro del arte político. Fue el último acto oficial de Bismarck, y lo redactó y perfiló conscientemente como un documento para la posteridad. El viejo y experto canciller, el creador del Reich, se explica con el inexperto y joven rey, el Káiser Guillermo II. Había entre ellos muchos contrastes objetivos y diferencias de opinión en cuestiones de política interior y exterior. Pero el núcleo de la dimisión, el meollo del problema, es algo puramente formal: la pugna por la cuestión de cómo el canciller se puede informar y de cómo él rey y Káiser se debe informar. Bismarck exige plena libertad para entrevistarse con quién quiera o para recibirlo como huésped en su casa. En cambio, al rey y Káiser le niega el derecho de escuchar el informe de un ministro, si Bismarck, el presidente del Consejo, no está presente. El problema del informe inmediato al rey se convierte en el punto crucial de la dimisión de Bismarck. Así comienza la tragedia del segundo Reich. El problema del informe al rey es un problema esencial de toda monarquía, porque constituye el problema de acceso a la cúspide. También el barón von Stein se agotó en la lucha contra los consejeros secretos del gabinete. E incluso Bismarck debía fracasar ante el viejo y eterno problema del acceso a la cúspide.

El segundo ejemplo lo tomamos de la obra dramática de Schiller, [i]Don Carlos. En ella, el gran dramaturgo demuestra su agudeza para captar la esencia del poder. El argumento del drama gira en torno a la cuestión de quién tiene acceso directo al rey, Al monarca absoluto Felipe II. Quien tenga este acceso inmediato al rey participa de su poder. Hasta un determinado momento, el confesor y el general, el duque de Alba, tenían ocupada la antesala del poder y bloqueado el acceso al rey. Repentinamente, aparece un tercero, el marqués de Posa, y los otros dos, inmediatamente, se dan cuenta del peligro. Al final del tercer acto, el drama llega al máximo de la tensión, cuando el rey ordena: El caballero -es decir, el marqués de Posa- será recibido en adelante sin ser anunciado. Esto es de un gran efecto dramático, no solamente para el público, sino también para todas las personas que intervienen en el drama. “Es realmente demasiado”, dice don Carlos cuando se entera; “mucho, verdaderamente demasiado”. Y el confesor Domingo dice temblando al duque de Alba: “nuestros tiempos han pasado”. Después de este momento culminante llega el giro repentino a lo trágico, la peripecia del magnífico drama. Pero como contrapartida de haber conseguido el acceso inmediato al poderoso, el tiro mortal alcanza al desdichado marqués de posa. Lo que él habría hecho con el confesor y con el general, si hubiera podido mantener su posición cerca del rey, no lo sabemos.

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4.

C. S.-Por muy impresionantes que sean estos ejemplos, no se olvide, mi querido señor E, de la relación dentro de la cual nos preocupa todo esto; nos interesa como un momento de la dialéctica inmanente del poder humano. Hay aún algunas cuestiones que podríamos tratar aquí de la misma manera, por ejemplo, el problema abismal de la sucesión en el poder, bien sea un poder dinàstico, democrático o carismático. Pero creo que ahora ya está bien claro lo que significa esta dialéctica.

E.- Yo veo siempre únicamente esplendor y miseria del hombre; y usted habla siempre de dialéctica inmanente. Por esto quisiera hacerle ahora una pregunta muy sencilla. Si el poder que ejercen los hombres no procede de Dios ni de la naturaleza, sino que es un asunto interno de los hombres, entonces ¿es una cosa buena, mala o qué es?

C. S.-Esta pregunta es más peligrosa de lo que usted quizá se supone. Porque la mayoría de los hombres contestará con la mayor naturalidad: el poder es bueno si yo lo tengo y es malo cuando lo tiene mi enemigo.

E.-Mejor sería decir: el poder en sí no es ni bueno ni malo; es sencillamente, neutral; es lo que el hombre haga de él; en manos de un hombre bueno, el poder será bueno; en manos de un hombre malo, será malo.

C. S.-¿Y quién decide, en el caso concreto, si un hombre es bueno o malo? ¿El poderoso mismo u otra persona? El hecho de que alguien tenga poder significa, sobre todo, que él mismo lo decide. Esto forma parte de su poder. Si otra persona lo decide, este otro tiene el poder o, por lo menos, lo reclama.

E.-Entonces parece exacto que el poder en sí es neutral.

C. S.-Quien cree en un Dios bueno y todopoderoso no puede afirmar que el poder sea malo ni neutral. Como es sabido, el apóstol del cristianismo, San Pablo, dice en la Epístola a los romanos: No hay poder sino de Dios. El Papa San Gregorio Magno, el arquetipo del pastor papal de los pueblos, explica esto con la mayor claridad y decisión. Escuche usted lo que dice:

Dios es el sumo poder y el sumo ser. Todo poder procede de él y es y permanece en su esencia divino y bueno. Si el diablo tuviera poder, incluso este poder, en cuanto poder, sería divino y bueno. Solamente la voluntad del diablo es mala. Pero a pesar de esta voluntad diabólica siempre mala, el poder en sí permanece divino y bueno.

Así habla el gran San Gregorio. Dice: sólo la voluntad de poder es mala, pero el poder mismo es siempre bueno.[10]

E.-ES realmente increíble. Me parece más convincente la opinión de Jacob Burckhardt, que, como es sabido, dijo: el poder en sí es malo.

C. S.-Examinemos un poco de cerca esta frase famosa de Burckhardt. El párrafo decisivo de sus Consideraciones de la Historia universal dice lo siguiente:

Y ahora se demuestra -piénsese a este respecto en Luis XVI, en Napoleón y en los gobiernos populares revolucionarios- que el poder en sí es malo (Schlosser), y que sin consideración religiosa alguna, se le concede al Estado el derecho del egoísmo que se le niega al individuo.

El nombre de Schlosser fue añadido en paréntesis por el editor de las Consideraciones sobre la Historia universal, Jacob Oeri, un sobrino de Burckhardt, bien como cita, bien como autoridad.

E.-Schlosser, ¿no era un cuñado de Goethe?

C. S.-El cuñado de Goethe se llamó Johann Georg Schlosser. Aquí se trata de Friedrich Christoph Schlosser, autor de una Historia universal humanitaria al cual Jacob Burckhardt citaba con frecuencia en sus clases. Pero los dos, o si usted quiere los tres, Jacob Burckhardt y los dos Schlosser juntos, no llegan a la suela del zapato a Gregorio Magno.

E.-¡Más, a fin de cuentas, ya no vivimos en la temprana Edad Media! Estoy seguro que a la mayoría de la gente le convence hoy día más Burckhardt que San Gregorio Magno.

C. S.-Parece que algo cambió fundamentalmente desde los tiempos de Gregorio Magno con relación al poder. Porque también en la época de San Gregorio Magno había guerras y terrores de toda índole. Por otra parte, los poderosos en los que, según Burckhardt, se muestran especialmente lo malo del poder -Luis XVI, Napoleón y los gobiernos de la revolución francesa- son poderosos bastante modernos.

E.-Estos ni siquiera estaban motorizados. Y no sospecharon nada de bombas atómicas o bombas H.

C. S.-No podemos considerar a Schlosser y a Burckhardt como santos, pero sí como a hombres piadosos, que no han hecho a la ligera semejante afirmación.

E.-¿Y cómo es posible que un hombre piadoso del siglo VII considera al poder bueno, mientras que hombres piadosos de los siglos XIX y XX lo consideran malo? Tiene que haber cambiado algo esencial.

C. S.-Creo que en el último siglo se nos reveló, de manera especial, la esencia del poder humano. Es raro que la teoría del poder malo se haya divulgado precisamente desde el siglo XIX. Y habíamos pensado antes que el problema del poder estaría solucionado o, por lo menos, desagudizado si el poder no procede de Dios ni de la naturaleza, sino que es algo que los hombres arreglan entre sí. ¿Qué puede aún temer el hombre si Dios está muerto y el lobo ni siquiera asusta a los niños? Pero precisamente desde la época en que parece conseguirse la humanización del poder -desde la revolución francesa- se extiende irresistiblemente la convicción de que el poder en sí es malo. Las afirmaciones Dios está muerto y El poder es en sí malo proceden de la misma época y de la misma situación. En el fondo, ambas dicen lo mismo.

5.

E.-Creo que esto requiere alguna explicación.

C. S.-Para comprender bien la esencia del poder humano, tal como se manifiesta en nuestra situación actual, lo mejor será que utilicemos una relación descubierta por el ya mencionado Tomás Hobbes, que sigue siendo todavía el filósofo más moderno del poder puramente humano. Expresó y definió esta relación con toda exactitud, y, por esto, le llamaremos “relación hobbesiana de peligrosidad”. Hobbes dice: “El hombre es tanto más peligroso que un animal para otros hombres, de los cuales se cree amenazado, cuanto las armas del hombre son más peligrosas que las del animal.” Esta es una relación clara y decidida.

E.-Ya Oswald Spengler ha dicho que el hombre es una fiera.

C.S.-Perdone usted. La relación de peligrosidad, expuesta por Tomás Hobbes, no tiene que ver lo más mínimo con la tesis de Oswald Spengler. Hobbes, por el contrario, supone que el hombre no es un animal, sino algo muy distinto, por una parte menos, por otra parte mucho más. El hombre es capaz de compensar su debilidad y sus deficiencias biológicas de una manera impresionante por medio de invenciones técnicas, e incluso de supercompensarlas. Preste usted atención. Ya por el año 1650, cuando Hobbes expuso esta relación, las armas del hombre -flecha y arco, hacha y espada, fusil y cañón- eran muy superiores y bastante más peligrosas que las garras de un león o los dientes de un lobo. Pero hoy la peligrosidad de los medios técnicos ha crecido hasta el infinito. En consecuencia, también aumentó la peligrosidad del hombre frente a otros hombres. Por esto, la diferencia entre poder y falta de poder crece de una manera tan desmesurada que incluso la noción del hombre mismo está puesta nuevamente en trance existencial.

E.-Esto no lo puedo comprender.

C. S.-Pues escuche usted. ¿Quién es aquí, realmente, el hombre? ¿El que produce y aplica estos medios modernos de destrucción, o aquél contra quién se aplican? No avanzamos ni un paso cuando decimos: El poder, al igual que la técnica, no es en sí ni bueno ni malo, sino neutral; es, por consiguiente, lo que el hombre hace de él. No haríamos más que eludir la verdadera dificultad, es decir, la cuestión de quién decide sobre bueno y malo. El poder de los modernos medios de destrucción sobrepasa tanto la fuerza de los individuos humanos que los inventan y aplican, cuanto las posibilidades de máquinas y procedimientos modernos sobrepasan la fuerza de músculos y cerebros humanos. En esta estratósfera, en este espacio supersónico, la buena o mala voluntad humana ya no cuenta nada. El brazo humano que sostiene la bomba atómica, el cerebro que enerva los músculos de este brazo humano, no son, en el momento decisivo, los miembros de un individuo particular, sino más bien una prótesis, una parte de la estructura técnica y social que produce y aplica la bomba atómica. El poder del poderoso concreto no es más que el exudado de una situación resultante de un sistema de división del trabajo incalculablemente excesivo.

E,-¿No es acaso grandioso que nosotros hoy penetremos en la estratósfera, o en las barreras supersónicas, o en los espacios siderales, y que tengamos máquinas que calculan mejor y más rápidamente que cualquier cerebro humano?

C. S.-En este “nosotros” está el problema. Porque ya no es el hombre como hombre quien realiza todo esto, sino una reacción en cadena provocada por él. Al traspasar los limites de la naturaleza humana, trascienden también todas las medidas interhumanas de cualquier posible poder de hombres sobre nosotros. Arrolla también la relación de protección y obediencia. Aún más que la técnica, el poder ha escapado de las manos del hombre, y los hombres que ejercen el poder sobre otros con la ayuda de semejantes medios técnicos ya no son iguales a aquellos que están expuestos a su poder.

E.-Pero aquellos que inventan y producen los modernos medios de destrucción también son solamente hombres.

C. S.-También frente a ellos el poder -aunque producido por ellos mismos- es una magnitud objetiva de leyes propias que excede infinitamente la capacidad física, intelectual y psíquica de cualquier inventor humano. Al inventar estos medios de destrucción, los inventores colaboran inconscientemente en la creación de un nuevo Leviatán. Ya el bien organizado Estado moderno europeo de los siglos XVI y XVII fue un producto técnico artificial, un superhombre creado por hombres y compuesto de hombres. Con superpoder, bajo la imagen de Leviatán, como el gran hombre, el makros antropos, se enfrentaba al pequeño hombre, al mikros antropos, a los individuos que lo producían. En este sentido, el Estado europeo de la Edad Moderna, de perfecto funcionamiento, fue la primera máquina moderna y al mismo tiempo el presupuesto concreto de todas las demás máquinas técnicas. Era la máquina de las máquinas, la machina machinarum, un superhombre compuesto de hombres, que se logra gracias al consenso humano. Precisamente porque se trata de un poder organizado por hombres, Burckhardt lo considera malo en sí. Por esto no se refiere a Nerón o Genghis Khan en su famosa frase, sino a poderosos europeos típicamente modernos: Luis XIV, Napoleón y los gobiernos populares revolucionarios.

E.-Quizá todo esto cambiará y se arreglará con otras invenciones científicas.

C. S.-Sería muy bueno. Pero ¿cómo quiere usted modificar el hecho de que actualmente poder y sin poder no se encuentren frente a frente ni se miren de hombre a hombre? Las masas de hombres que, impotentes, se sienten expuestos a los efectos de los modernos medios de destrucción saben, sobre todo, que son impotentes. La realidad del poder arrolla a la realidad del hombre.

No digo que el poder de hombres sobre hombres sea bueno. Tampoco digo que sea malo. Y mucho menos digo que sea natural. Y, como hombre que piensa, me avergonzaría decir que el poder es bueno si yo lo tengo y malo si lo tiene mi enemigo. Digo exclusivamente que es una realidad autónoma frente a cualquiera, incluso frente al poderoso, y que lo implica en su dialéctica. El poder es más fuerte que cualquier voluntad de poder, más fuerte que cualquier bondad humana y, afortunadamente, también más fuerte que cualquier maldad humana.

E.-Por una parte, es tranquilizador que el poder, como magnitud objetiva, sea más fuerte que toda maldad de los hombres que lo ejercen; pero, por otro lado, no es muy satisfactorio que sea también más fuerte que la bondad de los hombres. Y esto lo encuentro poco positivo. Espero que usted no sea maquiavelista.

C. S.-Seguro que no lo soy. Además, el mismo Maquiavelo tampoco era maquiavelista.

E.-Esto me parece demasiado paradógico.

C. S.-Yo lo encuentro muy sencillo. Si Maquiavelo hubiera sido maquiavelista, seguramente no habría escrito libros que le dieran mala fama. Habría publicado libros piadosos y edificantes y, mejor aún, un anti-Maquiavelo.

E.-Entonces, naturalmente, sí que habría sido listo. Pero, en medio de todo, debe haber algunas aplicaciones prácticas de la opinión de usted. En definitiva, ¿qué debemos hacer?

C. S.-¿Qué debemos hacer? ¿Recuerda usted el principio de nuestro diálogo? Usted me preguntó si yo mismo tengo poder o no. Pues ahora, volviendo la oración por pasiva, yo le pregunto: ¿usted mismo tiene poder o no lo tiene?

E.-Parece que usted quiere evitar mi pregunta sobre la aplicación práctica.

C. S.-Todo lo contrario. Quería procurarme la posibilidad de dar una contestación sensata a su pregunta. Si alguien se quiere informar sobre aplicaciones prácticas y útiles respecto al poder, es que será distinto si él mismo tiene o no tiene poder.

E.-Es cierto. Pero usted está repitiendo continuamente que el poder es algo objetivo y más fuerte que cualquier hombre que lo maneje. Por consiguiente, tiene que haber algunos ejemplos de aplicación práctica.

C. S.-Hay innumerables ejemplos, tanto para el que tiene poder como para el que no lo tiene. En realidad, ya sería un gran éxito conseguir que el poder concreto apareciera pública y visiblemente en el escenario político. Al poderoso, le recomendaría, por ejemplo, que no apareciera nunca en público sin atuendo ministerial u otro correspondiente. A un sin poder le diría: no creas que ya eres bueno porque no tienes poder. Y si sufre porque no tiene poder, le recordaría que el ansia de poder es tan autodestructora como el ansia de placer o de otras cosas que saben a poco. A los miembros de una asamblea constituyente o consultiva, les recomendaría encarecidamente el problema del acceso a la cúspide, para que no crean que el gobierno de su país se puede organizar según un esquema cualquiera, como un oficio sobradamente conocido. En resumen; ya ve usted que hay muchísimas aplicaciones prácticas.

E.-Pero ¿y el hombre? ¿Dónde queda el hombre?

C. S.-Todo lo que un hombre -tenga o no tenga poder- piensa o hace pasa por el pasillo de la consciencia humana y de otras potencias humanas individuales [11]
.

E.-Entonces, ¡El hombre es un hombre para el hombre!

C. S.-Sí, lo es. Pero siempre en un sentido muy concreto. Esto significa, por ejemplo: el hombre Stalin es un Stalin para el hombre Trostki; y el hombre Trostki es un Trostki para el hombre Stalin.

E.-¿Es esta su última palabra?

C. S.-No. Quisiera explicarle, solamente, que esta fórmula tan bonita, el hombre es un hombre para el hombre -homo homini homo- no es una solución, sino el principio de nuestra problemática. Lo afirmo con un sentido estricto, pero positivo, tal como lo expresa el magnífico verso

Ser hombre sigue siendo, sin embargo, una decisión.

Esta será mi última palabra.

………………

RESUMEN RETROSPECTIVO DEL CURSO DEL DIÁLOGO.

Preámbulo.

1.-Star: el hombre no es ni lobo/ni Dios/ sino hombre.

2.-Escala: el consenso provoca el poder/el poder provoca el consenso.

3.-Estación: la antesala del poder y el problema del acceso a la cúspide.

Intermezzo: Bismarck y el marqués de Posa.

4.-Pregunta sencilla: el poder en sí, ¿es bueno?/¿es malo?/¿es neutral?

5.-Resultado claro: el poder es más fuerte que bondad/o maldad/o neutralidad del hombre.

FIN.

————————————————————————————–

Comentarios

[1] El alemán Machthaber indica una neta separación entre la naturaleza del poder (Macht) y aquel que lo posee o lo representa: el detentador, el posesor (-haber) del poder. El adjetivo castellano poderoso (cfr. RAE) tiene connotaciones psicológicas (colmo, magnífico, excelente, virtuoso) que el término alemán no posee (tampoco el término correspondiente mächtig, poderoso). En el alemán moderno o “correcto”, Machthaber (cfr. WAHRIG) tiene una connotación ulterior, relativa al poder dictatorial. Esta distinción entre el poder, su esencia, su naturaleza, por un lado, y su posesor, por el otro, es muy importante para entender lo que Schmitt explicará durante toda la segunda parte del breve tratado sobre el poder en sus diferentes dimensiones (tres específicas, se vea más adelante). Una distinción similar se puede encontrar en el término alemán Inhaber. Este particular del término Machthaber se puede notar también en una carta del 1954 al editor Neske. En esta carta, Schmitt comenta los posibles títulos para el breve texto que estamos tratando. Dos títulos posibles le propone al editor: 1) Der Zugang zur Macht (el acceso al poder) 2) Raum und Vorraum menschlicher Macht (espacio y antesala del poder humano). Se note la importancia del significado espacial, local que Schmitt quiere darle a su concepto de poder (Zugang, acceso a ; Raum, Vorraum, lugar, espacio, antesala). Tenemos, entonces, un tercer elemento en la relación entre Macht (poder) y Machthaber (detentor): el lugar, donde esta unión se da concretamente. Este elemento espacial es muy importante para entender otros aspectos de la obra schmittiana, por ejemplo el concepto de Nomos. En aquella carta, Schmitt preferirá provisoriamente una combinación de las dos opciones con el siguiente título posible: Der Zugang zur Macht. Ein Gespräch über den Raum und über den Vorraum menschlicher Macht (El acceso al poder. Un diálogo sobre el espacio y la antesala del poder humano). La separación entre la naturaleza del poder y su posesor es un requisito para lo comprensión del concepto de poder en Carl Schmitt. Esta separación será explicada, más adelante, en toda la parte 2 del díalogo (cf. notas 7, 8 y 9).

[2] En la edición alemana el interlocutor de Schmitt es un Jugend, un Jugendliche, un joven. Para la preparación del primer manuscrito, Schmitt grabó el diálogo con su hija Anima en una cinta magnetofónica. En aquel periodo Anima Schmitt estudiaba en Heidelberg. La idea detrás del rol de un interlocutor primerizo es, creemos, poner a prueba a la nueva generación de posguerra de entonces (los futuros verdes, 68 y demás sub-culturas) que pretenderán ejercer influencia político-cultural, “gramsciana”, en la Alemania del periodo (los futuros Habermas boys).

[3] Se note el detalle sobre la necesidad de saber la posición de quién (se) pregunta sobre el poder. Es, por ejemplo, el caso típico del ocioso sociólogo-analista de ideologías (al respecto ver post) que utiliza el término ideología, análisis ideológico y demás, sin presentar un claro auto-análisis ideológico de sí mismo, para saber al menos desde qué específico lugar está analizando las relaciones de poder y en qué relación se encuentra con él. Los neo-marxistas de la escuela “crítica” han realizado medio siglo de análisis ideológicos para ocultar la propia buena ideología (cfr. nota 5 sobre Mannheim). En el peor de los casos, estos ideólogos no distiguen mínimamente entre poder y autoridad (poder legítimo). Todo lo que limite el propio laxismo y parasitismo voluntario de estos personajes es “poder”, ergo, debe ser abolido. Quien analiza demasiado el poder es porque poder no tiene. Quien analiza el poder que realmente posee, sabe que el poder no se debe ostentar fuera del acto necesario. Como bien dirá Schmitt más adelante, en este mismo texto: no creas que ya eres bueno porque no tienes poder. Medio siglo de “crítica ideológica” marxista sobre el poder, para querer convercerse políticamente de estar siempre del lado de los “buenos”, “del pobre”, de la “víctima”, del “necesitado”, de la “sociedad”, del “ciudadano”, de la “cultura”, “de los DDHH”, “de la memoria”. Sin caer en generalizaciones sin duda, una gran mayoría de analistas se conforman con estas formas de bondad instrumental. Lo mismo se podría decir del concepto de poder que maneja el “derechista pragmático”, como se discute, por ejemplo, en el actual debate en Argentina sobre el “nexo” Schmitt-Kischner (gracias a Laclau). Desde la perspectiva del poder que tratamos de determinar, ambas posiciones están, según Schmitt, puntualmente viciadas (Cfr. nota 4).

[4] Usted en cursiva. Se note cómo Schmitt considera la posesión y la falta de poder, por igual y en la misma medida, como fuentes de error: Estar a favor o en contra del poder no ayudan, por igual, a la compresión de la naturaleza del poder, ni logran mínimamente acercarse a o contraponerse a la fuente del poder y el lugar del poderoso. El poder tiene su propria dimensión, que deberá ser comprendida debidamente en el resto del texto, a partir del análisis del acceso a tal dimensión donde se encuentra el posesor. Al final, Schmitt pone puntualmente el acento con ese Usted para referirse a aquel que está planteando el problema sobre el poder ahora, es decir el joven que ha iniciado la interrogación, determinando la pregunta y exigiendo una respuesta. Se note en el texto la sutil paradoja que Schmitt (que es también el mismo joven) no responde expresamente. Se tome esto tal vez como una ironía sutil en relación al interrogatorio de Schmitt durante el proceso de Nürnberg.

[5] En el texto alemán no hay referencias a esta línea oscura. En castellano tampoco quiere decir nada por sí misma, traducida literalmente. Es muy probable que Schmitt se esté refiriendo irónicamente con esa “inteligencia flotante” al autor de Ideología y utopía, el sociólogo marxista Karl Mannheim que introduce precisamente el concepto de freischwebende Intelligenz, inteligencia flotante. Este delicioso concepto sociológico es una especie de curiosa epoché teórica que permite al analista marxista evitar la paradoja de no ser ideológico mientras aplica su método de análisis ideológico. De esta manera puede neutralizar fácilmente a sus enemigos políticos, manteniéndose “objetivo”. Sobre el “tercer hombre” es probable que Schmitt se esté refiriendo irónicamente a la obra de Graham Greene: “The Third Man” (título de un famosa película filmada en Austria, después de la Segunda Guerra).

[6] Tres tipos de genealogía del poder entonces: Homo homini lupus, homo homini Deus y homo homini homo. Se note que Schmitt está relacionando la fenomenología del poder a partir de tres precisas dimensiones bien distintas, ya notas durante el medioevo: Dios, hombre, naturaleza (en este preciso orden, con el hombre en la posición intermedia). Se recuerde la nota 1, sobre la importancia del significado locativo en la definición de poder. A partir de estas tres precisas dimensiones, Schmitt observa tres relaciones diferentes de poder: 1) en relación a Dios (poder divino), 2) en relación a otros hombres (obediencia y autoridad), 3) en relación a la naturaleza (poder técnico). Mientras que las formas de ejercer el poder en relación a la primera y a la última dimensión (aparentemente) pierden importancia con la modernidad (por ejemplo con la secularización y con el “dominio” técnico sobre la naturaleza), la dimensión intermedia se expresa todavía claramente bajo la precisa forma de la protección expresa y la obediencia manifiesta. Al respecto cfr. a continuación, en el diálogo. Max Weber recuperará para nosotros el interés por la naturaleza del poder divino, a través del concepto de Carisma.

[7] Que es la mencionada distinción entre poder y autoridad legítima.

[8] confrontar nota 1.

[9] confrontar nota 1.

[10] Se note la diferencia entre “voluntad” y “voluntad de”. En la primera se trata de una mesura pura e impersonal, fuera de la dualidad bueno/malo. “La volundad de” es un tipo de voluntad reflexiva que parte, en cambio, desde la dualidad. Este tipo de voluntad pura e impersonal tiene su aspecto visible en un rol social específico: el siervo, el servir (Dienst).

[11] Se note esta frase con suma atención: Todo lo que un hombre… piensa o hace pasa por el pasillo de la consciencia humana. Schmitt está haciendo una analogía orgánica entre el Poder entre los hombres y el pasillo inevitable de poderes indirectos que se forma, y el poder del hombre en cuanto tal, cuyo poder pasa por el “pasillo de la consciencia humana”. Se trata, creemos, de una sutil analogía lebensphilosophisch. Si reflexionamos con atención esta analogía orgánica, entonces podemos comprender lo que Rafael Campos García Calderón afirma cuando escribe: El Poder es el fundamento de toda Actividad, así como el Ser es el fundamento de toda Realidad. En esta primera frase se pueden identificar claramente las dos partes de la analogía orgánica que Schmitt está haciendo para nosotros: el poder como fundamento de toda actividad humana, precisamente porque el ser es fundamento ontologico de toda realidad. Nuestra relación con ese “pasillo de la consciencia humana” determina la modalidad de acceso al Ser como fundamento de toda realidad. Si se comprende que también el “sujeto” pensante o gnoseológico forma parte de toda realidad, entonces, accedemos in-mediatamente al poder como pura voluntad (sin ego). Rafael concluye:

Solo a partir del Poder podemos percibir con claridad el movimiento de todas las cosas. Por esta razón, debemos orientar nuestra visión metafísica en un sentido muy distinto al de la metafísica tradicional. En efecto, la historia de la filosofía ha priorizado la concepción de lo real en tanto que ser, olvidando la actividad y el poder. Este punto de vista se ha extendido a todas las esferas de la realidad: Dios, el Universo, la Naturaleza, la Sociedad y el Hombre son pensados en términos de permanencia. Por el contrario, concebir estas esferas de la realidad a partir del poder implica introducir en ellas la cualidad de la energía. De esta manera, Dios es Actividad, es decir, Poder y, en esa medida, todo lo que existe es energía o actualidad.

Si meditamos el sentido de la cita de San Gregorio que hace Schmitt, podremos notar que el sentido que se quiere dar es el mismo. Si todo lo que existe es energía in-distinta o actualidad factica, ¿qué tipo de acto es la decisión como evento en este dimensión fáctica? Objetivo de la próximas reflexiones será, entonces, observar la frase que cierra el diálogo, es decir, la referida a la Entscheidung (decisión), pero desde la distinción entre el poder y el posesor del poder. Se trata de observar la esfera del poder puro e impersonal y en que manera determina ( o forma) la decisión. Este ejercio será importante para diferenciar claramente la Ent-scheidung de ese espurio decisionismo “schmittiano” del debate común. En este caso, deberemos entender “puro e impersonal” no en un sentido abstracto, pásivo o “místico”, sino simplemente recto, týchico y virtuoso.

jueves, 6 de octubre de 2011

Entrevista a Cass Sunstein: Los impuestos, lejos de ser una obstrucción a la libertad, son una condición necesaria de su existencia.








Jennifer Vanasco entrevistó al constitucionalista norteamericano Cass Sunstein para el  
University of Chicago Chronicle en abril de 1999.

Cass Sunstein, conocido por sus estudios en el ámbito del derecho constitucional, dio recientemente un paso en una nueva dirección. Su último libro, The Cost of Rights: Why Liberty Depends on Taxes [N. del T.: New York: W. W. Norton & Co., 1999. La entrevista que aquí se reproduce fue realizada en 1999. Sunstein publicó luego varios libros y artículos. Entre los primeros pueden citarse Designing Democracy: What Constitutions Do (Oxford University Press, 2001), Republic.com (Princeton University Press, 2001), Risk and Reason (Cambridge University Press, 2002), Punitive Damages: How Juries Decide (University of Chicago Press, 2002), Why Societies Need Dissent (Harvard University Press, 2003), The Second Bill of Rights (Basic Books, 2004) y Radicals in Robes: Why Extreme Right-Wing Courts are Wrong for America (Basic Books, 2005)], coescrito con el profesor de Princeton Stephen Holmes [N. del T: actualmente profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de New York (NYU)], explora el argumento de que todos los derechos legalmente exigibles cuestan dinero. En esta entrevista, Sunstein (profesor Karl N. Llewellyn Distinguished Service de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago) explica por qué ello es así.

Estamos en temporada de cobro de impuestos, y muchos norteamericanos deben estar gruñendo al completar su declaración de renta. Sin embargo, en su nuevo libro, The Cost of Rights, (El Costo de los Derechos, Siglo XXI Editores) usted advierte que tal vez no debiéramos estar tan enojados.

Bueno, no es que tengamos que celebrar el monto de los impuestos; lo que sí debemos celebrar es el hecho de que existan. Sin impuestos no podemos tener libertad y seguridad contra la violencia. Lejos de ser una obstrucción a la libertad, son una condición necesaria de su existencia. 
¿Cómo es que a Stephen Holmes y a usted se les ocurrió la idea del libro?

La idea surgió a raíz de un proyecto que llevamos a cabo en Europa del Este. Vimos allí las grandes dificultades que existían para establecer un régimen de derechos sin dinero. Los norteamericanos parecen pensar que los derechos son gratuitos, pero la idea de que conllevan un costo es bastante natural para los ciudadanos de Europa del Este.
Le daré un ejemplo. En Rusia, el plan de instrumentar juicios por jurados fue abandonado porque habrían requerido un 25 por ciento del presupuesto de los sistemas de justicia locales.
Rusia tiene hoy un derecho de propiedad fuertemente limitado, incluso cuando el país tiene un compromiso con la libertad de propiedad. La razón es que no tiene una capacidad real para proteger ese derecho. Esto ilustra la dependencia que los derechos tienen de los recursos, algo que está muy lejos del cuento de hadas ofrecido por los ultras libertarianos del neoliberalismo. Incluso las personas más ricas dependen del gobierno para la protección de su propiedad. La gente que vive en los Hamptons [N. del T.: una exclusiva zona residencial en las playas del estado de New York] puede unirse para crear su propio cuerpo de bomberos, pero esto no es usual.
De hecho, nuestros derechos dependen del dinero de un modo absoluto. Alguien puede querer gastar toneladas de dinero para la protección contra el crimen y la violencia, pero esto sustrae dinero de otros derechos. Personalmente pude ver con claridad este punto cuando, hace unos años, mi auto fue robado y la policía lo recuperó. El oficial de policía me preguntó qué cursos dictaba, y le respondí que enseñaba derecho constitucional. Le pregunté si la Cuarta Enmienda [de la Constitución norteamericana, que protege contra pesquisas y allanamientos irrazonables] le había creado alguna vez algún tipo de problema. Me contestó: “no, porque no violo la Cuarta Enmienda a menos que yo diga que la violé, y nunca digo eso”.
Controlar a la policía de un modo cuidadoso es caro, y debido a ello existe una gran cantidad de violaciones a la Cuarta Enmienda, pues no gastamos los recursos necesarios para prevenirlas. 
¿De manera que usted sostiene que los impuestos sustentan nuestros derechos? ¿Qué es un derecho, desde un punto de vista legal? ¿Es simplemente la protección contra la intrusión estatal? 
Los derechos pueden ser definidos como reclamaciones que pueden ser reivindicadas o tornadas exigibles en los tribunales o ante alguna otra institución pública. Por ejemplo, los norteamericanos tienen derecho a verse protegidos contra una expropiación sin compensación, pero no tienen derecho a un salario mínimo. Existe el derecho a no ser atacado por parte de la policía o un ciudadano privado, pero no el derecho a tener una patrulla policial alrededor de nuestra casa las 24 horas del día. Los derechos son cosas que uno puede convertir en realidad. Esto implica que la protección contra el acoso sexual sea un derecho hoy, pero que no lo fuera hace veinte años. El derecho a verse libre del humo del cigarrillo en edificios públicos no existía hace treinta años.
Los derechos no son simplemente una inmunidad contra la intervención del estado. Implican también la capacidad de exigir ayuda al gobierno. Los derechos significan extremadamente poco sin un estado que esté dispuesto a cobrar impuestos y gastar. La verdadera cuestión es cómo utilizar del mejor modo nuestros recursos para proteger aquellas capacidades que merezcan ser tratadas como derechos. 
Ustedes convocan a los contribuyentes a estudiar cuidadosamente qué recursos se dedican a proteger nuestros derechos. ¿Cómo decidimos cuáles derechos deberían recibir la mayor cantidad de dinero? 
El principal argumento del libro es que la teoría democrática y las finanzas públicas están mucho más relacionadas de lo que parece. Los derechos deberían superar un análisis costo-beneficio, y deberíamos tener una teoría sobre quién tiene derecho a qué. Pero lo que nosotros pedimos es que haya una discusión democrática sobre finanzas públicas, en vez de la simple afirmación de que cierta gente depende del gobierno y cierta gente no. Si usted tiene algún tipo de propiedad, entonces depende del gobierno. 
¿Ustedes piensan que su libro cambiará la manera en que la gente juzga los impuestos? 
El argumento de que la libertad depende de los impuestos es tan elemental que uno puede abrigar cierta esperanza de que al menos alguna versión del mismo sea aceptada. No es que el punto sea sorprendente; lo verdaderamente sorprendente es que existan argumentos en contra. Ninguna persona puede decir que es antigobierno. Esto sería ridículo, salvo que uno sea un anarquista. Existen argumentos de buena fe para reclamar tasas impositivas más bajas, una mayor protección de la propiedad a la par que una menor protección de la seguridad social, o derechos que sean más eficientes en términos de costo-beneficio. Pero no existen razones para decir que deberíamos confiar en los mercados en vez de en el gobierno, como lo demuestra el ejemplo ruso.
Como sostuvo F.A. Hayek (premio Nóbel de mi universidad), uno no puede tener mercados sin gobierno. La cuestión no es si tener un gobierno grande o un gobierno chico. La cuestión es cómo y a dónde decidimos asignar nuestros recursos.

Cass Sunstein, profesor en la Universidad de Chicago, es un prestigioso constitucionalista norteamericano. Ha sido uno de los más conspicuos defensores en los últimos lustros de una concepción iusrepublicana de la vida política, un crítico interesante de la filosofía política académica de impronta liberal y un devastador polemista anticonservador. La revista electrónica neoliberal-ultraconservadora Liberty Corner le mantiene desde hace tiempo en el número 1 de su lista de “pensadores infames”. Uno de sus últimos libros traducidos al castellano es República.com, Barcelona, Paidós, 2003
Traducción para www.sinpermiso.info: Juan González-Bertomeu

domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Impera el Derecho sobre la Política? Habermas en diálogo con Dworkin


A continuación transcribimos el diálogo entre dos de los más grandes filósofos políticos y del derecho de la actualidad: Ronald Dworkin y Jürgen Habermas. Esta discusión, que tuvo lugar en Blifield, Alemania en 1995, fue emitida por la televisión alemana y contó con la moderación de Klaus Günther (otro importante filósosofo alemán). El tema de este verdadero duelo es el conflicto entre el derecho y la política democrática encarnada en la constitución.
Como dice el moderador, no debemos esperar de este diálogo ni ganadores ni perdedores: tanto Habermas como Dworkin sostienen que ni el derecho debe regir a la política ni la política al derecho. Con todo, Dworkin pone acento en el derecho objetivo: para él, hay una constitución verdadera en cuya interpretación debe esforzarse la política democrática. En cambio, a Habermas le interesa más bien la cualidad de los procedimientos democráticos, que se erigen a través del derecho y en los cuales se conforma el derecho. A pesar de estas diferencias, permanece en ambos la idea de tensión productiva entre derecho y política.












¿IMPERA EL DERECHO SOBRE LA POLÍTICA?*

Jürgen Habermas en diálogo con Ronald Dworkin


Moderación: Klaus Günther
Este trabajo es un transcripción del programa de televisión emitido en Alemania según el siguiente cronograma:
-25/06/95: WDR
-12/01/96: 3 SAT
-113/03/96: HR

*
En la Editorial Suhrkamp. Jürgen Habermas y Siegfried Unseld:
Comentario:
Jürgen Habermas visita a su editor y amigo Siegfried Unseld en la Editorial Suhrkamp de Francfort
Archivo internacional Habermas en la Editorial Suhrkamp:
Aquí se encuentran casi todas las obras publicadas de Jürgen Habermas, a quien se considera internacionalmente como el filósofo alemán más importante de la actualidad. Como pensador preocupado por los asuntos públicos, ha acompañado críticamente la historia de la República Federal Alemana en forma constante.
Ediciones de Faktizität und Geltung (Facticidad y Validez):
Sus contribuciones al derecho y al Estado de derecho democrático se han convertido ya en una obra de referencia para el diálogo internacional entre expertos. El título: Facticidad y validez.
¿Cuál es el argumento central de Jürgen Habermas en este libro?
Habermas en el despacho de S. Unseld:
Habermas:
"En Alemania tenemos desde el siglo XIX una tradición muy fuerte de Estado de derecho, y la idea ha sido siempre (y no sólo entre juristas) que se puede tener muy bien un Estado de derecho, sin tener democracia. El argumento central de este libro se dirige contra esta idea: el Estado de derecho, concebido hasta sus últimas consecuencias, es incompleto como tal sin una participación democrática real de los ciudadanos."
Moderador:
En la obra consagrada a la filosofía del derecho de Jürgen Habermas, titulada Facticidad y validez, el tema es nuestra comprensión de la democracia y la fundamentación del Estado de derecho.
Siempre se vuelve a la pregunta de si el derecho rige a la política o lo contrario, la política al derecho, especialmente en relación con decisiones del Tribunal Federal Constitucional, por ejemplo, respecto del debate sobre la reforma del parágrafo 218. ¿Es la nueva ley sobre el aborto constitucional o no?
En el Parlamento Federal se pudo llegar a un compromiso que contó con la mayoría. Pero el Tribunal Federal Constitucional declaró esta decisión mayoritaria inconstitucional en partes esenciales, dejándolas, por tanto, sin vigencia.
En una democracia las decisiones políticas deben orientarse hacia el respeto de ciertos derechos básicos, es decir, de la Constitución. Nadie pretende cambiar este principio. Pero siempre se discute acerca del alcance de esta orientación.
Este problema puede plantearse más agudamente con la siguiente pregunta: ¿quién hace las leyes? ¿Los ciudadanos, es decir, los diputados elegidos por ellos, o los jueces del Tribunal Federal Constitucional, que, desde ya, no poseen ninguna legitimación democrática similar?
Existe entonces una relación de tensión entre la Constitución y la democracia. Nadie desea resolver el problema a favor sólo de uno de los dos lados.
Pero deseamos, al menos, determinar de modo más preciso esa relación.
En Bielefeld tuvo lugar un diálogo sobre estas cuestiones entre Jürgen Habermas y el filósofo del derecho estadounidense Ronald Dworkin. El mismo se extendió durante dos días. De ello, mostramos algunos fragmentos.
Primero, un comentario acerca de la conferencia de Ronald Dworkin.
Para Dworkin, la democracia necesita una Constitución, porque ella no puede organizarse de otro modo. Ésta regula, por ejemplo, los procedimientos para las elecciones y votaciones.
La cuestión de las condiciones de constitucionalidad de la democracia se vuelve realmente controvertida, cuando ella se refiere a derechos básicos o humanos, como condiciones que restringen una democracia de decisiones mayoritarias.
Ronald Dworkin:
Los que dicen que el constitucionalismo involucra un cierto compromiso con la democracia están pensando en derechos individuales, que van más allá de sus características estructurales básicas. Están pensando en derechos individuales a la libertad de expresión, a la privacidad y a la independencia moral, que puede o no incluir un derecho al aborto. Algunos de ellos están pensando en derechos económicos, el derecho a una atención médica suficiente, a la vivienda, el derecho a estar libre de prejuicios, el derecho de los negros a recibir educación sin estar segregados, el derecho de los homosexuales a no estar sometidos por ello a leyes penales especiales, etc.
El argumento, por tanto, no es que no haya una estructura constitucional compatible con la democracia. El argumento es que la protección del amplio espectro de derechos humanos que asociamos con el constitucionalismo (del tipo de los derechos que se encuentran en la Convención Europea de Derechos Humanos y en las Constituciones de los países europeos, o en la nueva Constitución de Sudáfrica) va más allá de lo que es necesario realmente para una democracia. Y de acuerdo con esta teoría, ir más allá de lo que es necesario para posibilitar la democracia implica socavarla.
Parece razonable distinguir entre reglas constitucionales posibilitadoras y reglas constitucionales limitantes. El punto es entonces el siguiente: se podría decir que una Constitución, para poder hacer surgir una democracia, debe tener reglas posibilitadoras. Estas reglas deben constituir el proceso democrático, estableciendo quién puede votar, cuándo se vota, qué poder disponen las diferentes instituciones como resultado de las elecciones. Estas son condiciones posibilitadoras.
Los que defienden este argumento consideran que las condiciones limitantes son sospechosas. Lo que les resulta sospechoso es que estas condiciones quitan poder a los órganos representativos, creados por las condiciones posibilitadoras.
Mi argumento será: incluso estas condiciones limitantes (al menos algunas de ellas) son también esenciales para constituir la democracia. Muchas de ellas son tan esenciales como las condiciones posibilitadoras de la democracia. No socavan ni la debilitan la democracia. Son más bien sus precondiciones.
Moderador
Esta afirmación de que los derechos básicos no están en contradicción con la democracia, sino que se encuentran entre sus requisitos esenciales, la aclara Dworkin con el concepto de democracia.
Normalmente se utiliza un concepto estadístico de democracia, según el cual las decisiones políticas se toman por medio de la mayoría. Esta concepción de la democracia tiene la desventaja de que debe ser complementada desde afuera con derechos básicos. Por ejemplo, sin el derecho de cada individuo a tomar parte en un consenso sobre la validez de la regla de la mayoría, no surge para la minoría ninguna obligación de respetar las decisiones mayoritarias.
Para evitar esta desventaja, Dworkin prefiere un concepto comunitario de democracia. "El pueblo", según este concepto, no es una mayoría estadística, sino una unidad de acción autónoma.
Ronald Dworkin
Comportamientos de sujetos morales independientes: éste es el concepto de acción colectiva que necesitamos, cuando decimos que una orquesta ejecuta la sexta sinfonía de Beethoven. Una orquesta es una entidad y tenemos que referirnos a esa entidad para entender qué ocurre cuando se ejecuta una sinfonía, pues ésta no es sólo una función de las acciones de individuos aislados. Una sinfonía es el producto de músicos que actúan, cada uno con un sentido de que desempeña un papel en algo más grande, a saber, la orquesta.
Moderador
Aun cuando sería demasiado simple trasladar el ejemplo de la orquesta al caso de la democracia, permite ver claramente por qué el concepto comunitario de democracia no necesita complementar el derecho desde fuera. Los ciudadanos de una democracia comunitaria se consideran a sí mismos como miembros de una unidad de acción autónoma, a saber, del pueblo en el cual han nacido. Por ello, se sienten también responsables de que se actúe colectivamente. Por la misma razón, tienen también la obligación de respetar las decisiones mayoritarias y de obedecer las leyes. De esta calidad de miembro se siguen también los derechos del ciudadano.
Ahora bien, esta fundamentación esconde el peligro de consecuencias totalitarias. No todas las comunidades respetan igualmente bien los derechos de sus miembros. Por ello, en su concepción de esta calidad de miembro, Dworkin incluye exigencias morales peculiares:
Ronald Dworkin
Prefiero claramente esta concepción de una unidad de acción comunitaria, a la cual pertenecemos sólo por el hecho de que hemos nacido en una sociedad en la cual hemos de pasar nuestra vida. Sólo por el hecho de que hemos nacido en una sociedad, tenemos obligaciones, y estas obligaciones incluyen posiblemente la obligación política de obedecer la ley y de respetar una decisión mayoritaria.
Lo que dije es impreciso, porque esta obligación no surge sólo del hecho de que hemos nacido en una sociedad determinada. Deben satisfacerse, además, otras condiciones. Esto es, obviamente, una pretensión moral que yo propongo. No es una conexión conceptual, de modo que ustedes pueden opinar de otro modo. Pero les diré lo que yo pienso. Pienso que sería absurdo suponer que los individuos son miembros de una unidad de acción colectiva, salvo que se den al menos tres condiciones:
En primer lugar, el individuo de que se trata debe tomar parte en el gobierno, al menos en el sentido que el gobierno sea votado por el pueblo.
En segundo lugar, los intereses del individuo deben hacerse valer en las decisiones.
Y, en tercer lugar (y esto es, en mi opinión, más controvertible), el individuo debe poseer una independencia moral frente a esas decisiones.
Moderador
Una Constitución con derechos individuales básicos es, por lo tanto, una condición esencial de una democracia comunitaria. Pero para averiguar específicamente de qué derechos se trata, debemos saber qué se entiende por una Constitución. Tomemos como ejemplo el derecho de la mujer a un embarazo libremente decidido e imaginemos a una jueza del Tribunal Constitucional o a una periodista que afirma que el aborto es algo terrible que debería ser castigado. Ellos están afirmando, al mismo tiempo, que el aborto, según la interpretación correcta de la Constitución o, como Dworkin dice en forma más general, de la moral, debe ser prohibido. Ahora bien, es obviamente discutible si esta es la interpretación correcta de la Constitución. Pero todavía más discutible es si existe algo así como la interpretación correcta o verdadera de la Constitución o de la moral. Aquellos que Dworkin denomina escépticos externos dicen que estas expresiones son solamente una manifestación de sentimientos o de opiniones privadas, pero no algo objetivamente correcto o verdadero. En cambio, los escépticos internos discuten si la prohibición del aborto es una interpretación correcta o falsa de la Constitución, pero para ellos siempre se trata de la verdad de la Constitución o de la moral.
Ronald Dworkin
Para mostrarles esto, voy a realizar una conversación conmigo mismo, adoptando un punto de vista moral determinado. El aborto, diré, es terrible. Entonces me imagino a alguien que es un escéptico interno y me dice: "No, estás equivocado. No comprendes lo que es la moral. Si tuvieras un mejor sentido moral comprenderías que el aborto es permisible". Y ahora me imagino al escéptico externo, que viene y dice: "Ustedes están ambos equivocados, porque ambos comparten esa absurda idea de que la moral es algo objetivo, de que la moral está ahí afuera en el mundo real, de que es una cuestión de verdad o falsedad. Ustedes tienen ambos este tipo de ideas. ¡Pero yo les digo que esa idea es equivocada! No es que yo no tome partido por alguno de ustedes; yo tengo mis propias opiniones morales. Casualmente considero que el aborto es permisible. Pero esto es solamente mi opinión. Así lanzo mis sentimientos al mundo. No se trata de hechos. No hay nada allí afuera. Todo está aquí dentro."
Este último es el escéptico que yo me imagino. Ahora bien, la dificultad consiste en que (y esto es lo que, en mi opinión, socava este tipo de escepticismo) es imposible comprender mis supuestos errores, cuando digo que la moral está allí fuera o que es una cuestión de descubrimiento, o que se trata de verdadero o falso, salvo que éstas se comprendan en sí mismas como afirmaciones morales. ¿Qué significa que es verdadero que el aborto es terrible? Significa (dejando de lado algunos pequeños problemas lógicos) que el aborto es terrible. Con este enunciado, el escéptico externo todavía no tiene ningún problema. El problema comienza recién cuando digo: "¡es verdadero y aquellos que no están de acuerdo están equivocados!" Entonces, él hace una distinción incorrecta, porque al enunciado "es verdadero o es falso que el aborto es terrible" no podemos otorgarle otro sentido que el de "el aborto es terrible o el aborto no es terrible": se trata de posiciones morales sustantivas.
Moderador
Por tanto, Dworkin afirma que incluso los escépticos externos presuponen algo así como una moral o una Constitución verdadera, en la medida en que entren en un debate acerca de la interpretación de la Constitución. Un punto de vista exterior a la moral, como por ejemplo, la tesis de que las expresiones morales son sólo manifestaciones de sentimientos, es en un debate moral, en sí mismo, una posición moral. Por ello, para Dworkin no tiene sentido y es superfluo escaparse de la praxis cotidiana de la disputa acerca de la interpretación correcta de la Constitución y asumir, como él dice, un "punto de vista arquimédico". En lugar de esto, deberíamos presuponer que existe una Constitución verdadera y esforzarnos por encontrar la mejor interpretación, por ejemplo, en la cuestión de si una Constitución debería contener el derecho de la mujer a un embarazo libremente determinado o no.
Ronald Dworkin
Para terminar, vuelvo a la siguiente serie de afirmaciones. Todos creemos que existen algunos derechos, algunas precondiciones, o bien de la concepción comunitaria o de la concepción estadística de la democracia. Si este es el caso, debemos creer en el constitucionalismo. Nuestra tarea no consiste en decir que no deberíamos tener Constitución. Nuestra tarea consiste en tratar de discutir entre nosotros y con nuestros representantes sobre la mejor interpretación de los derechos constitucionales, que poseemos de un modo abstracto.
Debemos hacer esto en un sentido sustancial. Y lo que no debemos hacer es dejarnos hechizar por este fantasma del escepticismo arquimédico o filosófico. Debemos abordar la cuestión con un escepticismo directo, con argumentos serios. Pero, al final, debemos tomar una decisión acerca de cuál es la verdad en estas cuestiones. No existe nada que reemplace a la convicción individual. En la medida en que tenemos poder político, que haya sido ganado legalmente a través de elecciones democráticas, debemos ejercer ese poder.
Moderador
Jürgen Habermas se ha sentido incitado, especialmente por la afirmación de Dworkin de que, respecto de la disputa sobre la relación adecuada entre Constitución y democracia, debemos presuponer la moral o los derechos básicos como un hecho objetivo. Desde ya, Habermas no desea adoptar la posición del escéptico externo. La afirmación de que la moral es una cuestión de sentimientos y no de razones correctas o incorrectas, es rechazada también por Habermas. Pero Habermas desea explicar el significado de la pretensión de verdad moral de un modo diferente al de Dworkin.
Jürgen Habermas
Ambos compartimos la crítica a los enfoques no cognitivistas. Ahora bien, mientras que el profesor Dworkin adopta el lenguaje del realismo moral, o al menos no encuentra ninguna razón para evitarlo, yo creo que se debería evitar hablar sobre hechos morales. Creo que la razón es evidente y quisiera formular de algún modo el punto en disputa.
No existe nada que se corresponda con la afirmación "nadie debería participar en un exterminio étnico". No hay ningún hecho que se corresponda con afirmaciones como ésta. Tales afirmaciones no dicen cómo son las cosas o cómo las cosas están conectadas entre sí (para usar una expresión de nuestro amigo Rorty). Ellas nos dicen qué es lo que debemos o no debemos hacer. En estos casos, en lugar de llevar adelante un discurso que afirma la existencia de hechos; en lugar de decir: "hay tales y tales derechos", prefiero decir que nosotros creamos estos y aquellos derechos, de los cuales algunos incluso merecen un reconocimiento universal.
Moderador
La tesis de Dworkin de que el concepto comunitario de democracia es el más adecuado para fundamentar por qué el derecho es una condición esencial de la democracia, también provoca una réplica de Habermas. No habría que imaginarse un Estado democrático constitucional según el modelo de una orquesta, aunque sea liberal. Los ciudadanos no tienen vínculos originarios entre sí, ni por el hecho de que hayan nacido en una sociedad, ni por su pertenencia en la unidad de acción colectiva del pueblo. El enfoque de Habermas es más abstracto. Lo que mueve a los seres humanos a fundar una comunidad de derecho es, por un lado, el interés por regular legalmente sus relaciones mutuas. Por otro lado, les interesa que el derecho no esté impuesto arbitrariamente, sino que sea también legítimo, es decir que pueda ser aceptado por los ciudadanos. Esta legitimidad se busca normalmente en la moral, especialmente en la idea de la autodeterminación o autonomía moral. Pero según Habermas, el derecho posee propiedades que son difícilmente compatibles con tales ideas de legitimación. El derecho moderno vale positivamente, es decir, se establece por medio de decisiones y puede ser modificado cuantas veces se quiera. Además, el derecho moderno se impone con la coacción. Por último, existe el derecho de cada ciudadano individual a la autonomía privada, es decir, a la libertad de hacer todo lo que no viola las leyes. Tal derecho no puede obligar moralmente al ciudadano.
Jürgen Habermas
¿Qué cosa, si no un derecho moral de orden superior, le puede otorgar legitimidad al derecho positivo? Al igual que la moral, también el derecho debe proteger por igual la autonomía de todos los participantes y afectados. De este modo, el derecho también debe probar su legitimidad bajo este aspecto de la protección de la libertad. Es interesante que la positividad del derecho fuerza, sin embargo, a un peculiar desdoblamiento de la autonomía (de la idea moral de la autonomía), para la cual no hay un correlato desde el ángulo de la moral. La autodeterminación moral, en el sentido de Kant, es un concepto unitario, en la medida que pretende de cada individuo in propia persona que obedezca exactamente las normas que ella se impone a sí misma, según su propio juicio imparcial (o según el juicio de ella conjuntamente con el de todos). Ahora bien, la obligatoriedad de las normas jurídicas se funda no meramente en el proceso de formación de opinión y de juicio, sino en las resoluciones colectivamente obligatorias de las instancias legislativas y de aplicación jurídica. De ello resulta con necesidad conceptual una división de roles entre los autores, que establecen y aplican el derecho, y los destinatarios, que están sometidos al derecho vigente. La autonomía, que en el campo de la moral es de una sola pieza, en el campo jurídico aparece en la forma doble de autonomía privada y pública.
Ambos momentos deben entonces estar mediados de tal modo que una autonomía no perjudique la otra. Las libertades de acción subjetivas del sujeto de derecho privado y la autonomía pública del ciudadano del Estado se posibilitan recíprocamente. Esta es la intuición (creo que no hay desacuerdo respecto de esta intuición, el problema es explicitarla): esta relación recíproca sirve a la idea de que las personas jurídicas sólo pueden ser autónomas, en la medida en que puedan comprenderse, en el ejercicio de sus derechos, como ciudadanos del Estado, como autores precisamente de aquellos derechos a los que, como destinatarios, deben guardar obediencia.
Moderador
En esta intuición de que la autonomía pública y privada se entrecruzan, Habermas pretende apoyar su versión de la tesis de que el derecho y la política se conjugan. La autonomía pública del pueblo, que se da sus propias leyes, tiene su lugar en los procesos de formación pública de opinión y de voluntad. En estos discursos y negociaciones tienen que poder tomar parte igualitariamente todos los afectados por una ley. La autonomía privada se entrecruza con la pública de modo tal que estos discursos deben ser construidos con ayuda del derecho positivo. La autonomía privada es una de las propiedades del derecho positivo moderno, que se utiliza para la conformación de la democracia.
Jürgen Habermas
Ahora bien, si los discursos y las negociaciones (cuya equidad, a su vez, descansa en un procedimiento fundamentado discursivamente), representan el modo en el que se puede desarrollar una voluntad política razonable, entonces aquella presunción de razonabilidad, que fundamenta el procedimiento democrático, debe apoyarse, en última instancia, en un laborioso arreglo comunicativo: esta presunción depende de las condiciones bajo las cuales puedan ser institucionalizadas jurídicamente las formas de comunicación necesarias para una actividad jurídica legítima. En este caso, la conexión interna deseada entre derechos humanos y soberanía popular consiste en esto: en que la precondición de la institucionalización jurídica de una praxis cívica del uso público de la razón, se satisface, justamente, a través de los derechos humanos. Los derechos humanos, que posibilitan el ejercicio de la soberanía popular jurídicamente posible, no pueden ser impuestos a esta praxis como restricciones externas, pues no se debe confundir las condiciones posibilitadoras con este tipo de restricciones. En este punto estoy de acuerdo con el profesor Dworkin. Por lo tanto, sin derechos básicos que aseguren la autonomía privada del ciudadano, no habría un medio adecuado para la institucionalización jurídica de aquellas condiciones bajo las cuales el ciudadano pueda hacer uso de su autonomía pública.
Lo que pienso es que, para institucionalizar la autonomía pública, se debe garantizar derechos a la participación política, derechos a la comunicación, etc. Pero estos son derechos y, por tanto, algo que se expresa en un determinado lenguaje. Y para acceder a ese lenguaje, se debe primero crear un orden, el cual le atribuya a cada persona un estatus en la forma de derechos, es decir, que se refiera exclusivamente a personas en un sentido jurídicó. Creo que esto pertenece a la idea misma del derecho moderno. Supongamos que nos movemos conjuntamente con este derecho moderno, independientemente de cómo éste surgió.
No tenemos otra alternativa. Una vez que lo hemos aceptado, no podemos volver atrás. Este es el argumento.
Moderador
Los derechos individuales y la autonomía política participan entonces de un modo igualmente originario en la conformación de la democracia. Pero todavía deben explicitarse estos derechos en el procedimiento democrático, tanto el derecho a la participación política como el derecho a la libertad negativa o a la autonomía privada. En verdad, estos derechos son una condición de la democracia, pero no existen en forma ya acabada. Su interpretación y conformación es tarea, en primer lugar, de la creación de una Constitución, pero luego también de la interpretación constitucional y de la simple legislación.
Jürgen Habermas
Estos conceptos abstractos de, digamos, libertades negativas básicas no funcionan en absoluto, si no están dentro del contexto de una Constitución específica. La tarea legislativa de todos los días es la realización y continuación de este proyecto de creación de una Constitución. Yo tengo una idea dinámica de la creación constitucional. Una Constitución no es algo definitivo. En cierto sentido, cada ley individual representa una interpretación y, si ustedes quieren, un perfeccionamiento de los principios básicos que se encuentran y se explicitan en una Constitución dada.
Moderador
Con ello, Habermas arriba al resultado de que el derecho y la política se complementan mutuamente. Por último, haciendo una alusión irónica, le da a esta relación un nombre peculiar:
Jürgen Habermas
En mis viejos tiempos hubiera hablado de una relación dialéctica entre autonomía pública y privada.
Moderador
El diálogo que sigue a continuación entre Ronald Dworkin y Jürgen Habermas se concentra, especialmente, en la cuestión de la verdad moral de nuestras interpretaciones constitucionales. Habermas había criticado la afirmación de que en la discusión acerca de la interpretación, deberíamos presuponer una Constitución verdadera como un hecho que está allí fuera, en el mundo. Dworkin rechaza esta comprensión de su tesis y le replica a Habermas que él mismo realiza esta presuposición.
Discusión de Ronald Dworkin
Creo que la cuestión clave respecto del realismo es una cuestión moral. ¿Cree usted que la afirmaciones morales son verdaderas o falsas, independientemente de las opiniones, independientemente de las creencias y, por ejemplo, independientemente de los resultados de determinados procedimientos?
Si usted piensa de este modo, usted es un realista. Tendríamos que decir bastante más para precisar esta distinción. Pero, en mi opinión, la disputa sobre el realismo es una disputa moral, pues si dijera que algo podría ser verdadero, aun cuando sé que ni siquiera bajo las condiciones más democráticas alguien lo aceptaría, entonces sería un realista. Pero si digo: no, lo que obtiene aceptación de hecho en determinadas circunstancias o lo que podría obtener aceptación (lo cual es más difícil de entender), eso constituye la verdad, entonces se podría decir: usted es un antirrealista. Formulada de este modo, puedo entender la distinción. Si uno habla, en cambio, de entidades que existen allí arriba, en el cielo, o cosas así, entonces se me está objetando por sostener un punto de vista que ni siquiera yo comprendo.
Yo considero a todos los puntos de vista supuestamente metaéticos como puntos de vista normativos o morales. Ahora bien, cuando el profesor Habermas explicó nuestras diferencias, dijo una o dos cosas que, en este respecto, me resultan interesantes, porque yo no creo que él sea un antirrealista, ni siquiera tal como acabo de definir esta posición. Por ejemplo, él dice: nosotros creamos a los derechos. No es que éstos ya existan. Creamos los derechos que se acomodan a un determinado tipo de praxis. ¿Y cómo debemos orientarnos en este proceso? Ah, dice él, creamos los derechos que merecen reconocimiento moral. Ahora bien, el concepto "merecen" me confunde. El argumento no funciona, salvo que podamos distinguir lo que merece ser reconocido, de lo que se reconocerá o de lo que podría ser reconocido. Debe existir un espacio lógico entre estas dos ideas. Y si ese espacio existe, entonces creo que usted, cuando habla de derechos que merecen ser reconocidos, es un realista.
Moderador
Habermas responde a esta objeción indirectamente, criticando la idea subyacente de Dworkin. Dworkin supone que la verdad moral es independiente de la praxis en la que acordamos sobre cuestiones morales discutibles. Esta suposición tiene su origen en un profundo dualismo entre razón y voluntad. Desde la baja Edad Media se discute sobre la relación de primacía entre ambas. Si la verdad moral es un hecho objetivo, entonces sólo puede conocerse mediante la razón, independientemente de nuestra voluntad. Si la verdad moral, en cambio, es sólo un acuerdo arbitrario, entonces la razón debe seguir a la voluntad. Superar este dualismo entre razón y voluntad es, según Habermas, el sentido de la autonomía.
Discusión Jürgen Habermas
Suponiendo que tenemos esa extraña capacidad de sujetar nuestra voluntad, por ejemplo, hacer promesas, etc., entonces la propuesta es que podemos sujetar nuestra voluntad de un modo determinado, a saber, sobre la base de nuestras mejores razones o de nuestros mejores argumentos.
Moderador
La razón se halla entonces en la cualidad del proceso democrático en el que el ciudadano discute con razones sobre la interpretación constitucional correcta o verdadera, hasta que cada individuo se ha convencido de las mejores razones. La conjetura de que el resultado es correcto se fundamenta por medio del procedimiento que fuerza mutuamente a los ciudadanos a buscar mejores razones. No se necesita oponer a este procedimiento desde afuera, como un hecho objetivo, la verdad moral. Desde luego, Dworkin cree que este argumento tampoco puede resistir su objeción.
Discusión Ronald Dworkin
Quisiera solamente hacer esta pregunta: creo que entiendo la autonomía, usted la ha explicado muy bien. Pero en el contexto de su explicación hubo una referencia a "mejores razones". No veo de qué modo usted puede eliminar una referencia de este tipo. Si usted ha hecho esta referencia, entonces: ¿no es esto lo mismo que seguir manteniendo intacto el dualismo que este argumento pretendía erradicar?, porque usted ya no puede decir que es un hecho que éstas son las mejores razones. Pero usted apela a algo que la voluntad humana reconoce pero que no ha producido. Y (salvo que usted renuncie a este tipo de referencias, pero entonces la posición no funciona) no comprendo cómo puede esto contribuir a aclarar la cuestión que encontramos tan enigmática, a saber, la cuestión de un acto cognitivo, un reconocimiento, o (si usted quiere) de un descubrimiento. ¿Juega la referencia a mejores razones este rol para usted?
Moderador
Habermas responde ahora directamente a esta objeción.
Discusión Jürgen Habermas
Responderé solamente a este último punto, a saber, que mantengo el proceso y las buenas razones separadas. Sí, yo diría que debemos hacer esto. Estaría totalmente de acuerdo con ello. No podemos reemplazar las razones por procedimientos. Pero en nuestros asuntos no existen razones concluyentes. Creo que en ningún lado tenemos este tipo de razones. Pero esta es una afirmación que no tengo que defender aquí. Sin embargo, es fácil ver que en nuestro campo no hay argumentos concluyentes. Si, a pesar de ello, queremos defender una teoría moral cognitivista, e incluso en el derecho, queremos defender la distinción entre leyes legítimas e ilegítimas, entonces tenemos una situación en la que nos atribuimos a nosotros mismos la capacidad de hacer esta distinción. Pienso que tenemos la necesidad de atribuirnos esta extraña capacidad (la de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto). Esta necesidad se fundamenta en el hecho trivial de que debemos actuar. Por lo demás, esto vale también para el concepto de verdad en sentido estrecho. Dado que debemos actuar sobre la base de suposiciones, no podemos evitar tratar con estos extraños conceptos, como el de validez, que sobrepasan el contexto. Si no, no construiríamos ningún puente. No podríamos actuar en absoluto, si no aplicáramos intuitivamente estos conceptos extraordinarios de verdad y verdad moral. Ahora bien, no tenemos argumentos concluyentes. ¿Qué podemos hacer entonces? Mi propuesta es explicar conceptos como verdad, verdad moral, validez moral, legitimidad, etc., es decir, conceptos de validez, en términos de los procedimientos en los cuales ofrecemos razones y convencemos a otros. Este es el único concepto puente que me permite unir todas estas cosas.
Moderador
El puente se tiende entonces nuevamente a través de la cualidad del procedimiento: se contemplan solamente aquellos procedimientos en los que los ciudadanos, por ejemplo, deben corroborar frente a la crítica pública la afirmación de que el aborto es ilegítimo con argumentos convincentes. Cuando una afirmación ha sobrevivido a este procedimiento, entonces fundamenta la conjetura de que es moralmente verdadera, pero nunca una certeza definitiva. Si encontramos razones mejores, el procedimiento de crítica pública debe comenzarse nuevamente.
Dworkin no se deja convencer con este argumento. Como ocurre normalmente en las buenas discusiones filosóficas, al final no hay ni ganadores ni perdedores. Ambos están de acuerdo en que ni el derecho debe regir a la política ni la política al derecho. Con todo, Dworkin pone el acento más bien en el derecho objetivo, en cuya mejor interpretación debe esforzarse la política democrática. En cambio, a Habermas le interesa más bien la cualidad de los procedimientos democráticos, que se erigen a través del derecho y en los cuales se conforma el derecho. Finalmente permanece en ambos la idea de una relación de tensión productiva entre derecho y política. No destruirla, sino aprovecharla creativamente ya no es tarea de los filósofos. Tampoco depende sólo de la responsabilidad del Parlamento o del Tribunal Constitucional. Más bien, estamos todos convocados, nosotros las ciudadanas y ciudadanos de los cuales surge todo el poder público.
*Traducido del alemán por Eduardo Rivera López